Lo que otros callan por temor o timidez, aquí se lo dice sin anestesia. Es comentarista de fútbol de EL COMERCIO. Síguelo en Twitter: @guapodelabarra
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lunes 22 de junio 2020

Carlos Luis Morales, ¿destruido por la política?

Alejandro Ribadeneira

Carlos Luis Morales me inspiró un cuento, que se titula ‘El último partido’, incluido en mi libro ‘El buitre soy yo’ del 2004. Cuando lo escribí, Morales estaba al borde del retiro pero había luchado por regresar a la Tricolor, en la época del ‘Bolillo’ Gómez. Al final, el puesto de tercer arquero se lo quedó Jorge Corozo, de Olmedo, y Morales aceptó que su carrera había llegado a su fin. Esa imagen de rodillas, con el buzo de pecho multicolor que incluso acabó convertida en un cuadro, festejando el penalti tapado a José Serrizuela, quedaba muy lejana. Ya no era el mismo.


La pregunta inevitable que le hicimos algunos periodistas tenía que ver sobre su futuro. Morales, ya despidiéndose de Espoli y del juego en sí mismo, tenía planes de ponerse una tienda de ropa deportiva y de aprovechar su imagen (siempre fue bien parecido, siempre tuvo el carisma del capitán y nunca rehuía una pelea, como le consta a Carlos Alejandro Alfaro Moreno, con quien chocó en un Clásico del Astillero) para incursionar en los medios. Su primera experiencia fue en un programa de concursos, antes de hacerse locutor de noticias, para lo cual se sometió a un entrenamiento de dicción, y aprendió rápidamente. La dirección técnica, como a casi todos los jugadores ecuatorianos de los años 80 y 90, no le atraía lo suficiente.

Para mi cuento, me preguntaba y proyectaba qué hubiera sido de Morales si hubiera insistido en seguir tapando, en extender su carrera en las canchas y arrastrar su reputación a clubes de Serie B y luego de Segunda, sin una planificación, y hundirse en la decadencia. Pero lo mío fue un cuento sobre un arquero, una estrella que tomó malas decisiones, porque el Morales de la vida real aprovechó las oportunidades que tuvo para construir una carrera televisa, entrar al jet-set porteño y luego coquetear con el proselitismo.


No es verdad que la política fue la que terminó destruyendo la imagen de Carlos Luis Morales, como ha ocurrido con varios antiguos deportistas que optaron por ese ámbito, la administración pública o inclusive la dirigencia, a pesar de que es natural y legítimo que un jugador pase a los escritorios en algún momento. Lo que destruyó la imagen de Morales fueron sus decisiones.

Morales no era un estudioso de alguna ideología y también era plenamente consciente de que su imagen sería explotada por el cacique político de turno. Bueno, así se hizo la política desde 1979 en Ecuador, y Morales no fue el primer ejemplo de esta extraña simbiosis aplicada por los partidos políticos.

Este triste final de Morales, morir sin alcanzar a defenderse en un juicio, sea una oportunidad para reflexionar, primero, sobre la política de nuestro país. Pero también lo es para pensar a fondo sobre la enorme responsabilidad que tienen aquellos que se convierten en referente para la gente, sobre todo los niños, y pasan a otro plano de la realidad, al de ídolos, al de ejemplos a seguir. Él sabía que los pequeños de Guayaquil, cuando jugaban fútbol, se ponían al arco y gritaban “¡Soy Morales!”. En su caso particular, a su familia le sirve como consuelo que esa imagen de su triunfal duelo ganado a Serrizuela, esa sonrisa victoriosa, esos puños apretados, ha servido para darle el último adiós al arquero del pueblo. Es la foto con la que todos quieren quedarse. Del político, ya se encargarán otros.

Imagen con la BSC se despide de Carlos Luis Morales.

Imagen con la BSC se despide de Carlos Luis Morales.