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Juan Román Riquelme festeja un gol con Diego Forlán.Foto: Ovación / GDA

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Forlán: 'Riquelme era el sueño de todo delantero'

Columna de Diego Forlán

URUGUAY

Prometo no empezar todas mis columnas con un relato en Buenos Aires por la noche, pero permitidme que cuente lo que ocurrió un domingo por la noche lejos del centro de la capital argentina.

Tomado de ovaciondigital.com.uy

Salía de entrenar con el segundo equipo del Independiente, estaba cansado y me dirigía caminando a la estación para tomar el tren de vuelta a casa cuando un amigo me llamó para preguntarme dónde estaba.
Iba en el coche con Juan Román Riquelme, a quien yo ya conocía por haber coincidido con él en varias ocasiones. Entonces Román era el ídolo de un Boca Juniors estelar, del que llegaría a ser uno de sus tres mejores jugadores de todos los tiempos.

Román quiere saber dónde estás”, dijo mi amigo. Le respondí.
“No te muevas de la estación, venimos a buscarte”, añadió. “Nos acercaremos al centro comercial a comer algo.”

Pronto vi aparecer un Mercedes, el tipo de automóvil que puede permitirse un jugador del primer equipo de un club grande. En su interior sonaba una cumbia con ese ritmo tan característico que produce la fusión de todos estos instrumentos diferentes. Fuimos al centro comercial y comimos. Román se ofreció a comprarme ropa. Rechacé amablemente su oferta argumentando que no necesitaba nada.

Un año más tarde conseguí entrar en el primer equipo del Independiente. Jugamos en casa contra el Boca y ganamos. Marqué dos goles, fue un momento memorable en mi carrera.

Román acababa de jugar con el Boca, que ganó la Copa Libertadores y que luego venció al Real Madrid en la última final de la Inter Continental en 2000. Mis goles le bajaron de la nube pero seguía siendo el mejor jugador de Argentina.

Román era alto para jugar de media punta, pero tenía una técnica maravillosa. Hacía caños a sus oponentes, protegía el balón de tal modo que nadie podía arrebatárselo. Realizaba pases precisos y calculados a jugadores en posiciones peligrosas. Era un artista al que daba gusto ver jugar.

De entre todas las muchas ofertas que recibió, en 2002 decidió fichar por el Barcelona pero las cosas le podrían haber ido mejor. Hablamos de ello en una ocasión que nos encontramos en Ámsterdam en un torneo de pretemporada.

Entonces yo estaba en el Manchester United y él, en el Barça pero se marchó cedido al Villarreal cuando el club catalán fichó a Ronaldinho en 2003 y excedió el número máximo de jugadores extranjeros.

Coincidimos en el conjunto castellonense en 2005. De hecho, él fue una razón de peso que me llevó a elegir el Villarreal. Íbamos a jugar juntos en el ataque, él de media punta pasándome el balón para marcar. Todavía no nos conocíamos muy bien pero en el entrenamiento me estrechó la mano e insistió en invitarme a cenar en su casa esa misma noche. Me preguntó qué me gustaba comer.

Dije: “milanesa” (filete de carne rebozado). Debía recordarlo de aquella noche en el centro comercial. Más tarde llegué para comer la milanesa y el puré de patatas que Román había preparado, únicamente comparable a la comida de mi hermano. Román era un experto preparando patatas.

Enseguida encajamos en el terreno de juego. Ambos habíamos pasado momentos complicados con nuestros respectivos clubes anteriores pero en el Villarreal volvimos a vibrar bajo las órdenes de Manuel Pellegrini, que nos conocía de Argentina donde había sido entrenador del San Lorenzo y el River Plate.

Riquelme anticipaba mis movimientos y me hacía pases que eran el sueño de cualquier delantero y que yo transformaba en goles a menudo. Ese año nos clasificamos para la semifinal de la Champions League, un gran logro para nosotros. Hubiéramos pasado a la final pero Jens Lehman paró el penalti de Román y el Arsenal se clasificó en nuestro lugar. Odio recordarlo.

En mi primera temporada con el Villarreal marqué 25 goles de liga y gané la Bota de Oro europea. Román marcó 15 tantos. Entre los dos sumamos 40 de los 69 goles de liga que llevaron al equipo a finalizar en tercera posición, logrando la mejor clasificación de toda su historia.

A veces parecíamos niños jugando en el parque, con entusiasmo y pasión por el fútbol.

El gol favorito fue el que marcamos contra la Real Sociedad. Los dos tuvimos la ocasión de chutar y marcar pero nos fuimos pasando la pelota uno a otro frente al guardameta rival hasta que metí el balón en la red. Nos miramos satisfechos y nos pusimos a reír; aunque la gente diría después que él no sonrió, que se mantuvo serio. Nada más lejos de la realidad.

No jugábamos al futbol para hacer amigos y estrecharnos las manos con todos, jugábamos para ganar. Él era un hombre reservado y leal, procedente de una familia con nueve o diez hijos. Quería mucho a todos sus hermanos y hermanas. No era fácil entrar en su círculo íntimo pero una vez dentro era un amigo incondicional.

La gente del barrio que le había visto crecer le adoraba, un sentimiento que él también compartía. No le gustaban las entrevistas y era hombre de pocas palabras pero era un tipo estupendo en un gran equipo.

Cada jueves, muchos de los jugadores sudamericanos nos reuníamos para hacer una barbacoa. El espíritu del Villareal de aquella época era una fortaleza; sin embargo, él llevaba el Boca en su corazón.

En 2007 tomó la decisión de volver a casa. Recibió muchas ofertas atractivas pero no para su corazón. Su deseo era regresar a la Bombonera, donde jugó otras seis temporadas.

Los fans le idolatraban y él sentía lo mismo, pero no recibió el mismo afecto de los directores de la temporada pasada. Se marchó al Argentinos Juniors, su primer club. Dijo que tenía una deuda con ellos y que quería ayudarles a volver a primera división. Y eso es exactamente lo que hizo, antes de anunciar su retirada esta semana a la edad de 36 años. Tenía varias ofertas lucrativas para seguir jugando, pero está de vuelta a casa, donde es feliz.

Mis respetos, amigo Román u2013 no solo por esas exquisitas patatas que sabes preparar tan bien, sino por todos esos balones que me serviste en bandeja de plata.

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