Los violentos golean en el fútbol ecuatoriano
Se registraron desmanes en las afueras del estadio George Capwell (no importa cuando lo lea). El pasado domingo 1 de septiembre, Emelec derrotó 2-1 a Guayaquil City en la fecha 24 de la LigaPro. Al final del compromiso, varios aficionados azules protagonizaron incidentes en los exteriores de su escenario deportivo. ¿Lo curioso? ¿Lo inédito? Son batallas entre hinchas del mismo bando por poder y microtráfico.
En el 2017, el Comité Disciplinario de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) sancionó económicamente a Emelec por incidentes en una de sus localidades. En el 2018, una vez más se registraron problemas entre hinchas en el estadio George Capwell. En esta ocasión ocurrió en la platea baja de la general de la avenida Quito, ya que la platea alta se encontraba suspendida. Ese año, hubo al menos, seis incidentes dentro del estadio.
El 2019 no ha sido la excepción, solo con una pequeña diferencia: los disturbios son en los exteriores del estadio. Nassib Neme, presidente del club porteño, se manifestó: "Son temas ajenos al club, la vía pública pertenece a la seguridad pública, tiene que ver con la Policía. Lo que podemos hacer es solicitar más controles pero más nada". Juzguen ustedes.
El estadio Capwell se convirtió en el escenario deportivo más peligroso del país. Sin embargo, no es un problema ajeno. Hace tres semanas, un aficionado de Liga Deportiva Universitaria lanzó un objeto a Luis Romero (exjugador de LDU), en el cotejo frente a Aucas. En el compromiso entre El Nacional y Emelec, por la fecha 21, un aficionado ‘eléctrico’ fue apuñalado en el exterior del estadio Olímpico Atahualpa.
El Comité Disciplinario LigaPro del Centro de Arbitraje y Conciliación de la Cámara de Comercio de Guayaquil repitió la misma fórmula de la FEF para sancionar. Los ‘genios de terno’ suspendieron de forma parcial una localidad del estadio. Esto sucedió para el partido entre Liga y El Nacional. ¿Qué pasó? La barra brava de LDU se trasladó a la General Norte y la afición visitante no pudo entrar al Rodrigo Paz Delgado. Se defendió los intereses de unos y se afectaron a los de terceros.
Es mentira de que trata de un grupo minúsculo. Estos ‘hinchas’, que se ponen en modo fútbol, insultan, alientan a matar, dejan la vida por los colores. La violencia en su máxima expresión. Los que prendieron bengalas contra otras personas son asesinos y se los debería juzgar por intento de homicidio. La única diferencia entre el violento y el asesino es la puntería.
La violencia no es solo arrojar un objeto o apuntar con una bengala a alguien. Violencia no es solo la agresión física. Violencia es meter armas dentro de los bombos, violencia es escupir al rival, violencia es colarse en las filas. La dirigencia se ha encargado de cobijar a las barras bravas y las influencias de poder son cada vez más grandes (van hasta a los entrenamientos). Muy argentino, por cierto.
¿Qué estamos esperando? ¿Una Tragedia como la de Hillsborough (96 muertos) o como la de Heysel (39 fallecidos) para tomar acciones? El punto de partida es que hay que entender que el fenómeno de las barras bravas es sociocultural y no del fútbol.
En 1990, el Gobierno de Inglaterra tomó medidas radicales para acabar con los ‘hooligans’. Por ejemplo, entró en vigor medidas judiciales para terminar con los violentos. Y, no solo fueron contra ellos, sino también a los que estaban involucrados como sociedad. Es decir, si las autoridades atrapaban a un violento en el metro, se multaba a la empresa transportadora.
Se crearon cuerpos élite especializados de la Policía, se unificaron los criterios de seguridad en los estadios, se colocaron sillas en todas las localidades de los escenarios y se decretó la carnetización de los aficionados para conocer sus antecedentes judiciales.
Pero, esas fueron medidas del ‘Primer Mundo’, hace 29 años. Sigan acá sancionando a conveniencia. Sigan multando económicamente con cifras ridículas. Sigan entregando entradas y pagando viajes a las barras bravas. Sigan cerrando una tribuna. Que sigan siendo los dueños del espectáculo. Una vez más, las cosas siguen igual.