Mauricio Narváez (izq.) posa con su padre Orlando, quien fue parte del bitricampeonato de El Nacional. Foto: Roberto Peñafiel / BF

Mauricio Narváez (izq.) posa con su padre Orlando, quien fue parte del bitricampeonato de El Nacional. Foto: Roberto Peñafiel / BF

Indignado 0
Triste 0
Contento 1
26 de abril de 2019 14:44

Para los Narváez, el complejo de El Nacional es como su segundo hogar

Pablo Campos

Orlando Narváez desarrolló un pasatiempo en su período como formador de juveniles de El Nacional. Cada vez que tenía a un jugador talentoso, de aquellos que prometían grandes cosas en el fútbol, le pedía su carné de cancha, para conservarlo como recuerdo.


Con orgullo, el entrenador de juveniles y exfutbolista de ‘La Máquina’ atesoró en el tiempo las credenciales de sus pupilos más talentosos. Ahora, los carnés van tomando coloración sepia: la imagen de un adolescente y delgadísimo Luis Antonio Valencia, de Pedro Quiñónez, de Christian Benítez (+), Christian Lara, se aprecian entre los recuerdos de ‘Nino’, el apodo que el fallecido relator nacional Carlos Efraín Machado le puso al exdefensor criollo.

“Es defensa, pero no mide ‘ninoventa’ centímetros”, decía en sus transmisiones el radiodifusor. Pero hay un grupo de credenciales que son particularmente especiales para el formador: las de su hijo Mauricio, de 18 años. Él llegó al equipo hace una década e hizo todas las divisiones formativas.

Su padre, que también fue su entrenador en la Sub 16 , Sub 18 y Reserva, conservó cada uno de sus documentos habilitantes. El domingo 14 de abril, Mauricio logró el sueño de todo aspirante a futbolista: debutó como profesional. Fue en el encuentro en el que El Nacional igualó 2-2 con Liga, en el estadio Atahualpa. Ingresó a los 70 minutos para reemplazar a Wilmer Meneses.


​Cinco minutos antes, Luis Arce vio la tarjeta roja y el equipo quedó huérfano de contención. El ‘Rojo’ ganaba 2-1, pero Liga atacaba con furia. Adrián Cela, otra joven promesa del cuadro criollo, necesitaba ayuda en las coberturas defensivas y el DT Marcelo Zuleta decidió confiarle dicha misión a Narváez Jr. 

“Cuando vi que lo expulsaron a Arce, me fui de una a calentar. Sabía que había llegado mi oportunidad. Luego de cinco minutos, el profesor me llamó para ingresar. El corazón me latía fuerte. Pero recordaba el consejo de mi papá: había que entrar enchufado, con adrenalina, con intensidad, había que luchar”, relata el joven.

Al final de aquel partido, padre e hijo se citaron en la ‘bola’ (así se le dice popularmente al monumento en la entrada principal del escenario deportivo), al frente del estadio Atahualpa. Se dieron un abrazo. El sueño de debutar en Primera se había cumplido. Pero Orlando le recordó a su hijo que el camino es largo. “Ahora, el reto es que logres mantenerte”.


El balón, un integrante más de la familia
Mauricio nunca vio jugar a su padre. Orlando brilló en el cuadro criollo entre 1974 y 1999. Era lateral derecho y participó de los dos bitricampeonatos del equipo: (los de 1976-1977-1978 y 1982-1983-1984).

“Encontré en redes sociales unos videos de mi papá. Era un buen lateral derecho. Vi un centro que puso para un gol ante Barcelona”, asegura el volante sacando pecho. 

Orlando inculcó desde pequeños a sus hijos Diego (33 años) y Mauricio el amor por la pelota. Diego jugó juveniles en El Nacional, pero no llegó al profesionalismo. Ahora, Mauricio intenta seguir el camino marcado por su progenitor.

A diario, los dos Narváez viajan desde La Magdalena, en el sur de Quito, hasta el complejo de El Nacional, en Tumbaco. Vuelven juntos, almuerzan y Mauricio duerme una siesta. Luego, toma su mochila y emprende un nuevo viaje largo: va a la Universidad de Las Américas, en donde cursa los primeros semestres de Comunicación Social.

“Verlo debutar fue una emoción grandísima. Estoy muy orgulloso de él. Pero, al igual que a todos los jugadores que dirigí, a Mauricio siempre le recomendé tener un plan B en la vida. Es importante formarse académicamente”, sostiene, en tono paternal, el exlateral.

Padre e hijo recorren la cancha central de Tumbaco. A la usanza antigua, Mauricio se refiere de usted para hablar con su padre. “Gracias papá por todo lo que me ha enseñado en la vida y en el fútbol”, le dice con respeto. El padre replica: “debes respetar a la pelota. Ella te puede dar fortuna. Pero debes saber tratarla”.

La pelota rueda por el suelo y ambos empiezan a pasársela, descomplicados, felices. Su padre, que ahora cumple las funciones de Coordinador General de juveniles del equipo, vuelve a ejercer como docente en ese momento: “perfílate, perfílate, no olvides el gesto técnico”, dispone el DT.

Mauricio se va a duchar. Su padre lo mira alejarse con ternura. Cuando se va, ‘Nino’ confiesa que también conserva los carnés de cancha de cuando Mauricio jugaba los interescolares en la Eugenio Espejo.