Periodista, relator y anchor de televisión. Puedes seguirme en Twitter: @FPHidalgo.
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lunes 07 de noviembre 2016

El sueño de todo niño

Fredy Hidalgo


Cuando por los años noventa empezaba a entender y practicar el fútbol, en un ambiente donde nuestra selección no sabía lo que era jugar un mundial, el sueño de todo niño era convertir ese tan añorado gol que nos llevara por primera vez a formar parte de la fiesta mundialista.


Durante años habíamos sido excluidos de esa fiesta que solo los elegidos disfrutaban. La falta de nivel futbolístico, el pesimismo y el regionalismo nos apartaban de la celebración y nos conformábamos con ver el mundial por televisión y apoyar a los hermanos sudamericanos.

Generación tras generación morían con la ilusión de hacer, de ver, de sentir y disfrutar ese momento tan añorado, que ubique al humilde país de la mitad del mundo codo a codo con las potencias mundiales, que siempre bailan con la más bonita de la fiesta.

Hasta que llegó el día de la mano de un grupo de futbolistas con hambre de gloria y de transformar nuestra historia, conducido por un “loco” colombiano.

En una tarde gris parecía que nuevamente se nos escapaba la oportunidad. Tras el penal anotado por Nicolás Olivera para los uruguayos y enfrentar el partido con uno menos en cancha, llegó una jugada que marcó un antes y un después para el fútbol ecuatoriano.

Álex Aguinaga por el sector izquierdo, con su pierna derecha levantaba el balón con mucho swing y movimiento, para que apareciera el nacido en Santo Domingo de los Tsáchilas, y con golpe de cabeza inflara las mallas del arco sur del Olímpico Atahualpa, ante la atenta mirada del golero “charrua”, Fabián Carini, le quebráramos la mano al destino.

“Si eres pequeño sueña, si eres grande no dejes de hacerlo…. Aún no lo crees”. Esta frase flameaba en la espalda del héroe de la jornada. Al igual que millones de niños que soñábamos en marcar ese gol, Jaime Iván Kaviedes aparecía en escena, pero millones de ecuatorianos empujábamos ese esférico al fondo del arco, para que un pueblo entero se entrelazara en delirio, abrazos, lágrimas de alegría. Por fin clasificábamos a un Mundial como el final de una película épica.

Pasaron ya quince años de uno de los mejores días de mi vida. Con lágrimas de felicidad abrazaba a mi padre, al igual que doce millones de ecuatorianos. Ese “flaco” incomprendido cumplió no solo el sueño de todo niño, sino que hizo disfrutar a un país entero. Ese “flaco” querido anotó el gol más importante de nuestra historia.